viernes, 16 de julio de 2010

Serie B



Así como, en términos cinematográficos, podemos hablar de películas que son gran cine (por la audacia de su guión, fotografía, dirección o edición, o por la conjunción de estos elementos) y películas serie B (bajo presupuesto, historias convencionales, cine coyuntural), en literatura también podemos hablar de gran literatura y de la otra, de la literatura serie B, hecha para entretener.

Dos ejemplos de este tipo de literatura han visto la luz recientemente: Ficciones de la revolución mexicana, de Ignacio Solares, y El secreto de la Noche Triste, de Héctor de Mauleón. El primero es una colección de cuentos ambientados en el último decenio del siglo XIX y en las dos primeras décadas del XX, el segundo, como reza en su portada, es el “primer thriller novohispano de la literatura mexicana”. Si los hipotéticos lectores de esta reseña no ponen objeción, comenzaré por comentar esta última.

Excelente reportero y animador cultural, Héctor de Mauleón es un novelista primerizo. Autor de tres libros de cuentos (La perfecta espiral, Los lugares oscuros y Como nada en el mundo), El secreto de la Noche Triste es su primera tentativa en el género.

Hay en esta novela un ambiente (los años posteriores a la caída de Tenochtitlán, la formación del estado novohispano), un misterio (¿qué pasó con el gran tesoro de Moctezuma, extraviado en la caótica huída de Cortés en su aciaga “noche triste”?) y un personaje, el viejo narrador de esta historia, que poco más de cien años después batalla “por dar fin a esta relación”. El misterio se antoja interesante, como debe ser en este tipo de historias: hay un tesoro, un mapa perdido, un asesino oculto, hay espadazos y romance. Los problemas comienzan con la recreación del ambiente novohispano. Novelista inseguro, De Mauleón, para lograr un buen retrato de época, se valió, como muchos pintores, de un dibujo previo que le sirve de soporte, sin embargo, para seguir con el símil, el dibujo debió de haber ido desapareciendo conforme el autor aplicaba las distintas capas de color a su obra. El asunto es que en esta obra, el dibujo, el soporte, más específicamente: la investigación que sirvió de soporte a esta historia, no desaparece nunca, es visible en todo momento. Así sabemos que doña Beatriz, uno de los personajes centrales de esta historia, “traía un ejemplar roto y descocido de los diálogos latinos que el doctor Francisco Cervantes de Salazar compuso en 1554”, así también que “en 1566, poco después de la muerte del virrey don Luis de Velasco” los hijos de los conquistadores habían planeado una insurrección, y que en 1629 “Puebla no recibía aún a la muchedumbre que huyó de la inundación” que sepultó a la ciudad de México, y que en 1527 “el inquisidor apostólico fray Domingo de Betanzos llegó a la ciudad para ejercer, por bula Omnímoda, su terrible ministerio”, y que en 1577 “Felipe II prohibió a los habitantes de la Nueva España el uso de coches y carrozas”, y que… en fin. Al traje se le ven mucho las costuras, la novela depende en grado extremo de su apoyo documental, y esa dependencia impide la libre invención, el vuelo de la imaginación. El segundo problema importante de esta primera novela es el punto de vista elegido por su autor. La obra está narrada en primera persona por un viejo pintor que en 1637 decide escribir la relación de hechos relacionados con el tesoro perdido de Moctezuma, “la historia secreta del virreinato”. La elección del narrador es desafortunada, mucho hubiera ganado esta novela si la historia la hubiera contado un narrador omnisciente. La adopción de ese punto de vista le hubiera permitido ir dosificando la investigación en que se apoya la novela, en cambio lo que vemos es un narrador absurdamente enciclopédico, que a cada paso tiene que explicar qué ocurrió en tal año, quién era tal personaje y, hasta eso, que significaban ciertas palabras que en su tiempo no necesitaban ninguna explicación, tal como ocurre a mitad de la novela: “el alguacil mayor no pude tolerar que la beata anduviera metida en asuntos Tasnieros, papeles supersticiosos y tratados quirománticos”. Esta aclaración, una especie de nota al pie de página, la tiene que hacer el narrador de la novela, un pintor que hace las veces de forzado narrador omnisciente y que sabe de historia, de pintura, de literatura y de todo lo que haga falta. El peso que otorga De Mauléon a su narrador (al colocar sobre sus hombros no sólo el peso de la trama sino la investigación subyacente) impide el desarrollo psicológico del mismo. Esto se advierte claramente en el momento en el que el narrador conoce, seduce y pierde al que será el amor de su vida, una india que trabajaba en una iglesia de Tlatelolco. No tiene nombre: es para el narrador sólo una india, pese a que sus amores se prolongan durante meses. No hay proceso de seducción. El la ve un día en la iglesia, regresa el narrador un par de veces al mismo sitio, y “una tarde la muchacha india me sonrío desde la puerta de la sacristía, la seguí, y la pequeña llama que una vez había sentido arder, no tardó en incendiar el cortinaje que a partir de entonces ocultó la furia desatada de nuestros encuentros…” Hay en esta escena un facilismo desmedido, una falta de trabajo y oficio narrativo que se hace más evidente por la minuciosidad con la que, en cambio, va desplegando las fechas que dan sentido a su thriller.

Otro, muy otro es el caso de Ignacio Solares y sus Ficciones de la revolución mexicana. Aquí nos encontramos con un autor que conoce su oficio y su tema. Diecisiete historias contrafactuales reúne Solares en este libro que merecía sin duda un título mejor, que sólo se entiende por la urgencia de los editores para relacionarlo con las celebraciones del centenario de la gesta revolucionaria. “Qué hubiera pasado si…” es el motivo que anima las recreaciones históricas de Ignacio Solares. Anteriormente, en sus novelas La noche de Ángeles, Madero, el otro, El gran elector y Columbus, el sitio, había narrado historias basadas en los personajes centrales de la revolución, Ahora, lúdicamente, con una mayor consciencia y concentración literaria, Solares no se reduce a contar estampas revolucionarias sino que ensaya variaciones sobre distintos temas: ¿qué hubiera pasado si Porfirio Díaz hubiera muerto en 1897? ¿Qué hubiera sucedido si Álvaro Obregón no hubiera caído bajo las balas que disparó León Toral en La Bombilla? ¿Qué destino le hubiera aguardado a la relación México-Estados Unidos si los soldados de Villa no hubieran confundido, como lo hicieron, las caballerizas del XIII Regimiento de caballería con sus habitaciones, hasta dónde habría llegado Villa luego de haber efectuado esa hipotética masacre de Columbus, cuál habría sido –tal vez una declaración de guerra- la reacción del gobierno de los Estados Unidos? Diecisiete variaciones, invenciones, diecisiete formas de recrear de manera novedosa una historia por demás manoseada. Relatos coyunturales, confeccionados con oportunidad para montarse en el escuálido caballo de las celebraciones en curso, las ficciones de Solares se sostienen empero por la buena artesanía literaria de su autor, más aún: se sostienen porque permiten a su autor hacer una crítica, por medio de este método contrafactual, del movimiento armado revolucionario. Solares no corre muchos riesgos, ensaya sobre seguro, camino por una vía que ha transitado y conoce, pero lo hace con soltura y habilidad. Son cuentos que se dejan leer y proporcionan disfrute al lector. Cuentos de serie B.


jueves, 15 de julio de 2010

Sin esperanza

El lector, este lector, no agradece la actitud servil de Carmen Aristegui ante algunos de sus entrevistados. (Transición es un libro que reúne 26 entrevistas con políticos e intelectuales relacionados con la política mexicana en los últimos treinta años.) Con algunos Aristegui es incisiva, suspicaz y severa. A Diego Fernández de Ceballos, por ejemplo, lo cuestiona sobre su desaparición de los medios de comunicación luego de haber ganado el debate de 1994: “¿Y no mientes cuando dices que después del debate no te escondiste?”. En cambio, a otros, como a Andrés Manuel López Obrador, a propósito de la aprobación unánime de la llamada “Ley Televisa” pocos meses antes de las elecciones de 2006, los deja decir cosas como la siguiente a propósito del voto perredista a favor de esa ley: “[votaron así] porque son libres [...] Además, por lo general a mí no me consultan.” Así, la entrevistadora emplea dos raseros: con unos se muestra como periodista, con otros como “compañera de ruta”. ¿Con quiénes sí y con quiénes no? Sí con los que son afines a su ideología.

Esta falta de profesionalismo periodístico permite la inclusión de medias verdades y hasta de mentiras francas. Es el caso de Denise Dresser, quien comenta: “Recuerdo haber estado en una comida con Luis Donaldo Colosio tres semanas antes de que lo mataran y saqué a colación la idea de observadores extranjeros. Y bueno, los que estaban ahí –Fernando Solana, la gente de Vuelta– dijeron: “Ah claro, Denise, la primera norteamericana nacida en México, ¿cómo nos viene a sugerir que alguien de fuera venga a calificar nuestras elecciones?” ¿La “gente de Vuelta”? La afirmación es calumniosa y absurda: ¿quién de Vuelta se hubiera opuesto a la presencia de observadores extranjeros? Dresser, además de plagiaria (cfr. Letras Libres, mayo 2006), es mentirosa. Aristegui la deja pasar, ¿por qué? ¿Por falta de rigor en su investigación o porque la gente de Vuelta y ahora la de Letras Libres no piensa como ella?

La pieza fuerte del libro (tanto que le dedica un anexo para dar cuenta de cómo impactó en los medios) es la entrevista con Miguel de la Madrid en la que este se arrepiente de haber dejado a Carlos Salinas de Gortari como presidente y habla de la mal habida fortuna de Carlos y Raúl. El escándalo que provocaron estas declaraciones fue mayúsculo ya que, a los pocos días de trasmitida la entrevista, De la Madrid fue obligado a retractarse. Sin embargo, en esa misma entrevista De la Madrid afirma que las elecciones de 1988 fueron limpias y no hubo fraude. Si nadie en su sano juicio cree esta última afirmación, ¿por qué habríamos de creer la primera? Las preguntas de Carmen Aristegui, al no estar sustentadas en una investigación sólida, dejan traslucir el punto de vista en el que se apoya. No ejerce su función de medio, no es neutral; trata de imponer sus opiniones sobre la transición. ¿Cuál son éstas? En el prólogo de su libro finge objetividad: “Las preguntas que acompañan este libro [...] pretenden resumir el conjunto de preocupaciones que se desprenden de esta compleja e inquietante realidad.” Pero no es cierto. El eje central de Transición es el proceso electoral de 2006. De 26 entrevistados, 16 afirman que las elecciones de ese año fueron limpias, 8 que hubo algún tipo de fraude y dos (De la Madrid y Monsiváis) se muestran ambiguos. Es decir, la mayoría (incluidos los dos últimos presidentes consejeros del ife) afirman que en 2006 salió avante, pese a las presiones inmensas del frente opositor, la democracia mexicana. Pero las preguntas de Aristegui no reflejan ese punto de vista sino otro muy distinto: le dice a Alfonso Lujambio: “En este país de ambigüedades, el concepto de equidad electoral quedó hecho trizas [...]”, y a Monsiváis: “Lo de Felipe Calderón en 2006 le dio la puntilla a lo que había sido la degradación de los avances en materia electoral.”

Le interesa a Aristegui cargar los dados, inducir preguntas a favor de la tesis de que la presidencia de Fox se logró gracias a un acuerdo entre el pri y el pan, de que en 2006 hubo un fraude a favor de Calderón y de que nos aproximamos a la imposición de Enrique Peña Nieto como presidente gracias al poder de las televisoras. No importa que una y otra vez la mayoría de los entrevistados le refuten sus conclusiones antidemocráticas. No le importa, por ejemplo, que Cuauhtémoc Cárdenas le diga que en 2006 no apoyó a López Obrador porque en la contienda interna por la candidatura detectó apoyos hacia este de parte del gobierno del Distrito Federal. No le importa, tampoco, que Luis Carlos Ugalde le señale que el día de las elecciones haya habido acarreo de vendedores ambulantes a favor de amlo y que el sme haya inducido el voto de sus agremiados a favor de este candidato. ¿Qué importa que alguien como José Woldenberg afirme: “Creo que la responsabilidad fundamental del descrédito fue de la Colisión por el Bien de Todos. Inventó versiones sobre el fraude electoral que hasta la fecha no ha podido probar, ni podrá”, si lo que le interesa a Aristegui es otra cosa, otra cosa que no tiene que ver con la búsqueda de la verdad sino con la radicalización interesada de sus posiciones? ¿Interesada? Su caso es un ejemplo de lo que Gabriel Zaid expuso en su ensayo “De cómo el radicalismo aumenta con los ingresos”.

Transición no es un libro serio. Admite afirmaciones extravagantes, como la de Juan Ramón de la Fuente: “La gran crisis del modelo que prevalece en México surgió de las democracias liberales que han mostrado su ineficiencia”; sensibleras, como las de Rosario Ibarra: “Para mí, Andrés Manuel era la luz de la esperanza, lo más hermoso que podía suceder”; delirantes, como las de Carlos Fuentes: “Yo no quiero partidos vírgenes, ¡quiero partidos que follen todos con todos muy contentos!”; apocalípticas, como las de Granados Chapa: “Hay que impulsar [...] el cambio social que es el verdaderamente necesario. Si no se puede romper el país”; o francamente calumniosas, como las de Dresser. Pero lo más notable no es eso sino la casi total falta de esperanza que los políticos e intelectuales, por lo menos los que este libro reúne, tienen sobre el porvenir de México. Dice Lorenzo Meyer: “Yo no tengo imaginación, se me fueron las ganas de imaginarla, porque si la imaginas y medio lo logras te queda un sabor muy positivo, pero si te la imaginas y no logras absolutamente nada, el sabor es muy ácido.”

Esta desesperanza permea el libro de Aristegui. Una desesperanza que nace, hay que repetirlo, con el fracasado intento de López Obrador de hacerse con el poder en 2006 a como diera lugar. Mintió, falseó, provocó a los poderes, tomó la ciudad de México, inventó algoritmos mágicos. El daño ocasionado a las instituciones democráticas ha sido mayúsculo. Pero dañó algo más que las instituciones: dañó la capacidad de esperanza de una clase política que se ha quedado sin miras, que es incapaz de dibujar un nuevo horizonte. Hay a quienes este panorama ensombrece: hay otros, en cambio, que sacan partido de él, que se asumen como radicales, como víctimas, como promotores del cambio. Es el caso de Carmen Aristegui.

Valiente último mundo

Leo El último mundo de Laura Emilia Pacheco. Me parece una magnífica idea abrir con "El último mundo". Marca el tono del libro. Esa secuencia de guiones, puntos y comas, y dos puntos quedó perfecta. Una prosa perfecta para describir un perro aplastado e introducirnos al horror del mundo. Viaje mágico y misterioso al corazón de Iztapalapa. ¿Un viaje de quién? ¿De Laura Emilia Pacheco,autora del libro, que firmó un contrato y recibió ejemplares? No. El viaje de una cronista, de un personaje que habla en primera persona, que viaja, piensa y le suceden cosas. De una cronista culta a la que un horrendo lodazal remite al caldo primigenio de Oparin, a la que una formación de trailers le recuerda un ballet de Maurice Bejart, a la que compara un montón de pinceles encontrados en medio de un hórrido tiradero con una obra de arte conceptual y que ve consternada como ejemplares de Tolstoi y Goethe son tratados como si fuera estiércol. Este mundo no es para ella. A su llegada, resbala y cae con gracia, ganándose la simpatía del lector, hacia el final sale casi huyendo de ese mercado que parece un monstruo. La cronista bajó al infierno y regresó con miel en las manos, llena de lodo y de olores imborrables. El mundo es sucio, sí, pero después de la caída puedes salir adelante con algo en las manos, la miel de la experiencia. Si tuviera que definir con una palabra a la protagonista de esta primera crónica, diría que se trata de una mujer "idealista". Camina en el lodo y de repente cae. Junto a su rostro, algo indefinido. "Mi idealismo me lleva a pensar, conmovida, que (...) la vida triunfa sobre el caos". Mi idealismo. ¿Qué clase de idealismo es el escudo de esta culta mujer que se va a meter en el lodo? Un idealismo básico que tiene como premisas que la belleza prevalecerá (aunque sea como recuerdo) y que el bien terminará imponiéndose. Con esa coraza idealista se lanza al mundo, al sorprendente mundo que está oculto o que no se quiere ver. La voz de este personaje es agradable, porque sus denuncias no son dentelladas ni quejas, no baja al infierno para escandalizarse, sus analogías culturales le ayudan a comprender. La crónica ofrece información, pero sobre todo un punto de vista. Nueva marquesa Calderón de la Barca de finales de siglo, cronista de un tiempo que parecería perdido, de no ser por el idealismo del personaje que es la voz que narra la experiencia. La mugre y el caos nos tragaran a todos, pero mientras eso ocurre, se tomará una estimulante cápsula de jalea real, "pero mejor que sean dos". La ironía que se desprende ese idealismo es suave, y le permite, finalmente, absolver al mundo.

La crónica dedicada a la Santa Muerte es excelente, a pesar de que en ella el personaje de la primera crónica desaparece por completo. Aquí la crónica es impersonal, se cede la voz a la información histórica y sociológica, y junto a ella se expone la voz de los devotos, el hombre exhausto que viene desde Chiapas y la desolada mujer abandonada que suplica que el marido huido regrese sumiso. Todo un día, de la madrugada hasta el anochecer, en una película rapidísima en la que parece que vamos viendo como si anocheciera por horas. Un día de culto hereje en el corazón de México. La cronista intenta, y lo consigue, ser imparcial. Su descripción de este culto extraño es la crónica de cómo la voraz mancha avanza, del centro de México hacia todas partes: la mancha corruptora. La corrupción roe el corazón del mundo. El mal tiene nombre, se llama corrupción y pudre todo por doquier, una raza es especialmente susceptible del contagio: los políticos. El idealismo de la autora la llevará a decirlo una y otra vez. No existe el Mal primigenio, lo que existe es el bien caído, el bien degradado, el bien que se vendió, que se torció, el bien corrupto. La Santa Muerte es una religión corrupta, pero esta vez la protagonista no se involucra en el relato, la protagonista ahora es un punto de vista, es un ojo que todo lo ve (el culto, los rostros, la ropa) y que todo lo escucha (los lamentos, las suplicas, las plegarias). La cronista no juzga. La nerviosa y culta cronista de Iztapalapa le cede el turno a una cronista que se quiere objetiva, pero cuyo corazón está del lado de aquellos que llevan "vidas difíciles", de aquellos que son "víctimas de una realidad inclemente". La cronista culta está en Iztapalapa y está en Tepito porque quiere situarse del lado de las víctimas, sin ser víctima ella, quiere estar del lado de los que padecen la opresión de un sistema corrupto.

Luego viene el "Viaje al centro de Calakmul". De la descripción urbana a la inmersión en la selva, de los incesantes vendedores ambulantes al mundo sin reposo de los insectos de la selva tropical. Lo lógico, en el orden del libro, hubiera sido continuar con la crónica de Morelos, como si fueras abriendo el radio de tu interés, y no así, que parece que saltas de un tema a otro, de las crónicas del duro mundo de la ciudad a la crónica de unos murales descubiertos en unas ruinas mayas devoradas por la selva y de ahí otra vez a la descripción de una realidad (sub)urbana. El viaje que relatas a Calakmul es conmovedor, es el viaje de una mujer liberada, es la crónica de una mujer que lucha por obtener lo que quiere, al mismo tiempo que se describen las pirámides, los murales y la selva. El personaje reaparece -la cronista culta- a la que un foso alrededor de un sitio arqueológico le recuerda "un cuadro de Remedios Varo". Pero ahora viene enriquecida por la experiencia. "La sensación de libertad es total: el placer, absoluto". Esa libertad, dice la cronista, "vale cualquier precio". Y esa sensación de libertad se la trasmites al lector con la descripción de los personajes del mural. Por unos minutos, los personajes se desprenden del estuco pintado y adquieren volumen y peso. Paradojicamente, mientras los mayas aparecen, las personas que están al lado de la cronista desaparecen. No hay descripción de ellos, ni de la cocinera que la acompaña en la camioneta, ni del grupo de arqueólogas ni de Ramón Carrasco. Los rostros del presente se desdibujan para que aparezcan los rostros del pasado. La descripción de la selva, y de su vida incesante y oculta, es magnífica. Ese tono que adopta la cronista mientras avanza en la jungla es su tono más logrado. Para ella la selva es más que selva, es cultura, traduce la realidad a sus parámetros, para entenderla: "la selva se desplaza inconteniblemente, convirtiéndose en un espectáculo de op art..." Y de repente, como en Iztapalapa la caída, el piquete de las hormigas. Y con ese piquete la cronista adquiere cuerpo. A la cronista le duelen las picaduras del mundo. Y lo dice. El mundo es incomodo y se va haciendo cada vez más feo. Se va corrompiendo. Empezando por el Tiempo, el Gran Corruptor. A ese mundo en continua debacle, de ininterrumpidas acechanzas, la cronista opone la descripción de un detalle, de un insecto, de un iguanodonte. El mundo puede ser precioso y fulgurante, aunque también puede ser terrible, como la noche cerrada en Calakmul, como la noche mortaja de la cronista, que hace que el lector la acompañe por el miedo y su angustia del entierro viva, lo hace testigo de su mayor miedo y su más absoluta fragilidad. La cronista expone, explica, traslada con suavidad lo investigado a sus lectores, con el recurso de la vulnerabilidad de su personaje, de la culta cronista en su aventura en la selva.

En "Lamento por Morelos", desde su título, la voz de la cronista tiene una nueva actitud. Sigue siendo la cronista libresca que se explica la indiferencia de los habitantes y autoridades de Morelos ante la devastación ecológica con una analogía con la Alemania nazi y su indiferencia ante los continuos bombardeos. Pero ahora ha ganado en indignación: "todo indica que es urgente sacrificar la felicidad (...) para combatir todo aquello que está destruyendo a Morelos... Y no sólo a Morelos". La cronista quiere entrar en combate. Y no sólo por lo que pasa en Morelos, nos dice, y uno presupone que le indigna también México. Tal vez el mundo. Reaparece su idealismo. Morelos debería ser un paraíso y no este basurero corrupto. La crónica es buena, brinda información suficiente a la par que registra con buen ojo (y olfato) el clima de degradación de un estado, por la indiferencia y la mentira. La cronista viajó, constató, vio basureros, bosques y ríos, y la realidad la indignó. Hay que combatir esto, dice. Porque no podemos quedarnos como en la Alemania nazi. Tenemos que hacer algo para detener el bombardeo de la realidad corrupta. Sí, pero ¿qué? ¿Organizarse? No lo propone la cronista. ¿Detenerlo cómo, combatirlo cómo? La indignación de la cronista se trasmite a sus lectores. No dejemos que la realidad nazi nos bombardeé. Pero cómo. La indignación, si no se canaliza, se diluye, y todo queda igual. Es lo malo de la denuncia exaltada.

La "Genealogía de la muralla" es una pieza estupenda, lástima de su brevedad. La visión que trasmite es la misma de Iztapalapa. La mancha corruptora se está desbordando, nos acecha, terminará por invadirnos. En este caso es la muralla, todo "anuncia su inminente y voraz avance". La vida contemporánea es "un naufragio en proceso". ¿Qué es lo que avanza, en resumidas cuentas? Lo que avanza es la muerte. Avanza la fealdad, la corrupción, la degradación. Avanza el tianguis y su podredumbre, avanza el culto a la Santa Muerte, avanza inexorable la selva por la ciudad maya, avanza la basura en los bosques y ríos de Morelos, y avanza sin freno la muralla hacia nosotros. La realidad, gran rata, va carcomiendo al mundo. La cronista se duele, se lamenta. Lo hace desde su idealismo. El mundo original, de los libros y los sueños, se ha resquebrajado. Queda éste, en proceso de degradación interminable. ¿Qué hacer? ¿Cómo combatir ese cáncer? Contando. Registrando. Haciendo la crónica de la que se ve. Dejando de lado los libros y bajando a la calle, al barrio, a la selva. Combatiendo desde la palabra a la realidad, que avanza como hiedra, atrincherándose detrás de la palabra contra el tiempo. Por eso el registro literario de estas crónicas. La prosa cuidada de los textos corresponde con ese deseo de preservación. El lenguaje rescata, al darle realidad momentánea, a la realidad. La palabra absuelve al mundo. Porque la palabra (las palabras, la literatura, los libros) es nuestra última defensa. De esto está hecho el idealismo de su autora. Por eso la indignación de su protagonista, del personaje de estas crónicas, una tal Laura Emilia Pacheco, que va de Campeche a Tijuana, haciendo escala en Tepito. Y se cae, y le pican las hormigas, y la vigilan unos policías malencarados en Morelos. Pero ella sigue contando al mismo tiempo que nos va narrando su propia historia.

Al temblor del ´85 le dedicas dos crónicas. La primera "Jueves negro" y la segunda "Bitácora del fin del mundo". La primera abunda en información interesante. Qué pasó. Qué es un temblor. Cómo se mide. La imposible prevención. El surgimiento de la sociedad civil. La segunda es una crónica plena. Hay personajes, punto de vista, escenas muy fuertes. En términos del libro una crónica le estorba a la otra. Son dos registros de lo mismo. En lo personal prefiero la segunda. Es breve, es dramática, tiene escenas poderosas. Lo que una aporta en información la otra lo hace en emoción. "Jueves negro" está muy bien armada, muy bien investigada. No se concentra en relamerse las heridas del pasado sino que se preocupa por el futuro, por la posible prevención, por la alarma necesaria. La cronista, de nuevo, desaparece como personaje y en su lugar aparece un punto de vista, culto, preocupado, idealista: las cosas ya cambiaron, y si no lo han hecho tienen entonces que cambiar.

"El collar de Raquel" tal vez sea la mejor crónica del libro. Aquí, la cronista abandona su nicho cultural y va al encuentro de un semejante, Raquel, joven viuda de Las Hormigas, suburbio de San Cristobal de las Casas, Chiapas. La cronista cuenta la historia de una vida difícil, y al hacerlo ofrece una muy honesta radiografía de la mentalidad social de esa comunidad. Al registrar sus costumbres y los caracteres de los familiares de Raquel, se obtiene una radiografía muy exacta de las pasiones, miedos y modos de un grupo humano. Asimismo, es un conmovedor relato sobre una mujer. La cronista desciende de su pedestal libresco y se sienta en silencio junto al sujeto de su crónica, no dicen nada al principio, enhebran cuenta, arman collares, hasta que de pronto Raquel habla y cuenta su historia. Dos mujeres se hermanan. Destinos tan distintos parecen confluir. La voz de la cronista es una voz que habla en murmullos, con el respeto debido a otra vida humana, a otra suerte. Y ahí las veo a las dos, a la cronista y a Raquel, una junto a la otro, hablando en voz baja, "volvemos al tema del amor que las mujeres sentimos por los hombres".

Me encantó "Hágalo usted mismo", menos por las observaciones de una mexicana en los Estados Unidos y los problemas relacionados con una relación binacional, que por la afirmación de la primera persona. La cronista ya no siente necesidad de contar, de informar, de regristrar puntualmente, se trata de un ejercicio bastante personal. El idealismo de la cronista pronto sale a relucir. "Eso no minó mi fantasía de que estadounidenses y mexicanos somos hermanos, habitantes de una misma norteamérica..." Pero la realidad acude pronta a desmentirla. Los gringos ven con desdén a los mexicanos, los guatemaltecos odian a nuestros nacionales... Pero más allá de los desencuentros, lo interesante de esta crónica es el surgimiento, ya sin velos temáticos impuestos, de una personalidad, mejor dicho, de un personaje. Ese personaje es una mujer audaz, que no vacila al momento de ponerse las botas y sumergirse en un pantano caña de pescar al hombro, que no retrocede por el hecho de tener que salir de su país "para ser ¡libre, libre, libre!" La crónica avanza libre, graciosa, interesante. Pero ojo: lo interesante no son las costumbres de los gringos (como la del padre del novio, que recibe a las visitas completamente desnudo y con un incontenible tufo a marihuana) sino la aparición de esta mujer que nos cuenta que en las arenas de Chesapeake "mis tacones se hundieron tan irremediablemente como mi noviazgo". El retrato del novio gringo es implacable, la narración de su borrachera y su confesión de un entierro vikingo, patética. Al final de ese periplo americano, según cuenta la cronista, "decidí tomar las riendas de mi vida", "quemé todas mis naves y volví a empezar". Afortunadamente para mí.

Al mismo grupo pertecenen las "Observaciones desde el lago Ness". Al grupo del "despunte de la personalidad" de la cronista. De entrada puedo decir que cae bien, que es simpática, que es culta, que es audaz (se mete a nadar con tiburones, escala acantilados, no teme viajar con la suegra a Escocia), que se está buscando a si misma. Siempre resultan agradables los personajes que no fingen saberlo todo, que andan buscando. Aquí, la protagonista declara la "inténción de descubrir en otra parte lo que aquí me parecía inencontrable (...) me refiero a la felicidad". Yo no sabía que, además de ovnis y albinos mayas, también habás visto el monstruo del lago Ness. En el texto esa aparición mágica tiene un efecto encantador, que la hace concluir: "la felicidad nos pasa por enfrente, pero estamos tan ocupados en lamentarnos de nuestras carencias que no la vemos".

En "Leyendas de Oriente" se aclara el misterio. ¿De dónde viene la fuerza de esta autora? Su idealismo es un poco difuso. ¿Cuál es ese nucleo del que parece arrancada y al que tanto esfuerzo dedica para volver a acercarse a él? Al volver a repasar las páginas de ese libro leído en la infancia, la cronista encuentra un mechón de pelo. Lo guardó para recordar su ingreso a la literatura. Que no debe confundirse con la entrada a un mundo de fantasía, "sino al de los ideales que deben perseguirse y defenderse a toda costa". La literatura representa, así, ese mundo (libre y puro) al que la protagonista aspira regresar. Un mundo donde todo es posible, y no como el nuestro "en donde cada día nos conformamos con menos". A través de la literatura, por medio de la palabra, su autora (tu) absuelve al mundo.

Creo que fue un error incluir en el libro "Geografía de ausencias". Sin duda es magnífico ensayo, pero desentona genéricamente con las crónicas que lo preceden y las que le siguen. Aquí no se emplea la primera persona, se elige el nosotros impersonal, más propio del ensayo.

En cambio, me parece un gran acierto "Se nos fue el tren". Es una crónica perfecta de un estado de ánimo. Aunque parece que habla del pasado y que es un texto nostálgico, en realidad habla desde el presente (el presente del texto, se entiende): "¿Dónde quedó mi alegría?" Este texto debió culminar el libro, su cierre es perfecto. En cambio, cerrar con el texto de las entregas le das énfasis a la presencia de tu padre, y con eso se queda el lector. De haber colocado primero "Días de entrega" el lector se hubiera dado cuenta de la importancia, idílica, de esos días infantiles, para luego rematar con "Se nos fue el tren". El lector cerraría el libro con un suspiro. El libro, que comenzó en el infierno, hubiera terminado con una tierna invocación del paraíso. Fuera de esos detalles de arquitectura del libro, el texto me parece precioso. "Días de entrega" me gusta mucho, es un texto rememorativo, los días perdidos de la infancia. La imagen del trabajo de tu padre es muy lograda. Tu enorme admiración y cariño.

En suma, El último mundo es una magnífico libro de crónicas, que texto a texto va construyendo un personaje, va desarrollando una voz, que se indigna, se apasiona, que reconoce sus miedos, sus amores y desamores, sus búsquedas.

viernes, 10 de octubre de 2008

¿Se puede hablar con el poder?

Leo Un diálogo sobre el poder (Alianza Editorial, 1988) de Michel Foucault. Extraño libro formado por varias entrevistas y diálogos con personajes de la cultura francesa: Deleuze, Henry Levi, Marine Zecca, y un singular coloquio con un grupo de radicales maoistas. Foucaul se da gusto: expone, piensa, confronta, niega, propone, pero sobre todo interroga, asedia e interroga, sin cuartel, sin punto fijo, desde la intemperie y hacia la intemperie. Apenas comienzo a entrar en su laberinto. Se antoja un libro estimulante, saturado de intuiciones, vibrante.

miércoles, 8 de octubre de 2008

El canto de las piedras

Leo Piedras (Nueva Imagen, 2001) de Roger Caillois. No se trata de un tratado geológico, tampoco de un despliegue modernista sobre las piedras preciosas, se trata de un ejercicio de imaginación en toda forma, de un delirio razonado, se trtat de reflejar en el papel todo lo que la imaginación ha plasmado sobre esos testigos primeros, sobre las que serán seguramente las herederas de la tierra, las piedras. Extraordinaria imaginación y cultura la de Roger Caillois. Se afilió siendo muy jóven al movimiento surrealista, del que se separó y al cual condenó en una singular carta a André Breton. Luego, a raíz de las complejidades de la guerra, y seguramente invitado por Victoria Ocampo, se traslada Buenos Aires, donde conoce a Borges. Borges lo recibe con una crítica a sus estudios sobre la novela policiaca. Luego, a lo que se ve, se hacen amigos. Caillois traduciría al francés a Borges, traducción que implicaría el reconocimiento europeo (mundial) al argentino. Bien vale la pena Buenos Aires con tal de ver a Borges, dijo Caillois. De regreso a Francia, en 1951, funda con George Bataille, El Colegio de Sociología. Sus libros son fudamentales: El hombre y lo sagrado, El mito y el hombre, La cuesta de la guerra, Acercamientos a lo imaginario, Pulpos, etc. Lo recuerdo en un inolvidable diálogo, ocurrido en París, entre Roger Caillois y Jorge Luis Borges. De Piedras Octavio Paz dijo que era uno de los libros más hermosos que él hubiera leído. Lo es.

domingo, 5 de octubre de 2008

Filosofía del cuerpo

Leo Venir al mundo: Seis ensayos sobre las visicitudes anteriores a la vida mundanal, de Francisco González Crussí.  Médico patólogo y enesayista mexicano. Sus temas: el nacimiento, la muerte, el dolor y el placer, es decir, los grandes temas del hombre, el principio y el fin, virtudes, vicios y humores del vivir. Pero no del mero vivir, González Crussí no es un científico que estudia, que examina al hombre con un bisturí, es un médico humanista, no le importa tanto el vivir como el buenn vivir, y esto lo denota en una prosa inteligente y flexible, curiosa a la vez que generosa con su lector. González Crussí, por esta indagación en los fines y orígenes del hombre, es un filósofo que se pregunta lo esencial, sin embargo, que esta indagación fluya en los carriles de una prosa viva y atractiva, noble y transparente, hace que consideramos que lo suyo no es tanto una filosofía, que tendría que articualrse en un sistema, sino una sabiduría, un saber vivir, un saber sobre el nacer y el morir para mejor vivir y morir mejor. Filosofía del cuerpo, sabiduría de los humores, notas de un anatomista. 

miércoles, 1 de octubre de 2008

La propia caída

Leo La caída de Albert Camus. Monólogo y confesión. Una prosa alta que describe el desplome, en la vida, en el mundo. Habla Jean-Baptiste Clamence, que antes de quedar varado, averiado, en un tugurio de Amsterdam, era de profesión abogado y de temple piadoso. Su piedad, sin embargo, tenía como fin no la salvación o ayuda al otro, sino la autosatisfacción provocada por el bien hecho. Con melancólica ironía, desnuda tristemente el animo piadoso: se busca la virtud para exhibirla, para mostrarla, para envanecerse ataviado con esa capa de humildad, para mostrarse ante el mundo como desinteresado cuando su fin último es que se interesen en él por su desinterés. Clamence habla, sin fin, habla de su paso del día francés a la medianoche holandesa, anclado ahí, en el Mexico-City, bar de malamuerte, bar de puerto, donde reculan Clamence, que fue puro, y un oyente que aunque nunca se ve no es invisible, al contrario, es muy real, porque al no dar ningún elemento acerca del oyente, el oyente resulta ser uno. Así, el monólogo se extiende en esa noche holandesa. Clamence nos habla al oído, su aliento huele a ginebra, su saco de pelo de camello es vulgar y está gastado, su tono en cansino, cansado. Va desplegando su historia.