Leo El último mundo de Laura Emilia Pacheco. Me parece una magnífica idea abrir con "El último mundo". Marca el tono del libro. Esa secuencia de guiones, puntos y comas, y dos puntos quedó perfecta. Una prosa perfecta para describir un perro aplastado e introducirnos al horror del mundo. Viaje mágico y misterioso al corazón de Iztapalapa. ¿Un viaje de quién? ¿De Laura Emilia Pacheco,autora del libro, que firmó un contrato y recibió ejemplares? No. El viaje de una cronista, de un personaje que habla en primera persona, que viaja, piensa y le suceden cosas. De una cronista culta a la que un horrendo lodazal remite al caldo primigenio de Oparin, a la que una formación de trailers le recuerda un ballet de Maurice Bejart, a la que compara un montón de pinceles encontrados en medio de un hórrido tiradero con una obra de arte conceptual y que ve consternada como ejemplares de Tolstoi y Goethe son tratados como si fuera estiércol. Este mundo no es para ella. A su llegada, resbala y cae con gracia, ganándose la simpatía del lector, hacia el final sale casi huyendo de ese mercado que parece un monstruo. La cronista bajó al infierno y regresó con miel en las manos, llena de lodo y de olores imborrables. El mundo es sucio, sí, pero después de la caída puedes salir adelante con algo en las manos, la miel de la experiencia. Si tuviera que definir con una palabra a la protagonista de esta primera crónica, diría que se trata de una mujer "idealista". Camina en el lodo y de repente cae. Junto a su rostro, algo indefinido. "Mi idealismo me lleva a pensar, conmovida, que (...) la vida triunfa sobre el caos". Mi idealismo. ¿Qué clase de idealismo es el escudo de esta culta mujer que se va a meter en el lodo? Un idealismo básico que tiene como premisas que la belleza prevalecerá (aunque sea como recuerdo) y que el bien terminará imponiéndose. Con esa coraza idealista se lanza al mundo, al sorprendente mundo que está oculto o que no se quiere ver. La voz de este personaje es agradable, porque sus denuncias no son dentelladas ni quejas, no baja al infierno para escandalizarse, sus analogías culturales le ayudan a comprender. La crónica ofrece información, pero sobre todo un punto de vista. Nueva marquesa Calderón de la Barca de finales de siglo, cronista de un tiempo que parecería perdido, de no ser por el idealismo del personaje que es la voz que narra la experiencia. La mugre y el caos nos tragaran a todos, pero mientras eso ocurre, se tomará una estimulante cápsula de jalea real, "pero mejor que sean dos". La ironía que se desprende ese idealismo es suave, y le permite, finalmente, absolver al mundo.
La crónica dedicada a la Santa Muerte es excelente, a pesar de que en ella el personaje de la primera crónica desaparece por completo. Aquí la crónica es impersonal, se cede la voz a la información histórica y sociológica, y junto a ella se expone la voz de los devotos, el hombre exhausto que viene desde Chiapas y la desolada mujer abandonada que suplica que el marido huido regrese sumiso. Todo un día, de la madrugada hasta el anochecer, en una película rapidísima en la que parece que vamos viendo como si anocheciera por horas. Un día de culto hereje en el corazón de México. La cronista intenta, y lo consigue, ser imparcial. Su descripción de este culto extraño es la crónica de cómo la voraz mancha avanza, del centro de México hacia todas partes: la mancha corruptora. La corrupción roe el corazón del mundo. El mal tiene nombre, se llama corrupción y pudre todo por doquier, una raza es especialmente susceptible del contagio: los políticos. El idealismo de la autora la llevará a decirlo una y otra vez. No existe el Mal primigenio, lo que existe es el bien caído, el bien degradado, el bien que se vendió, que se torció, el bien corrupto. La Santa Muerte es una religión corrupta, pero esta vez la protagonista no se involucra en el relato, la protagonista ahora es un punto de vista, es un ojo que todo lo ve (el culto, los rostros, la ropa) y que todo lo escucha (los lamentos, las suplicas, las plegarias). La cronista no juzga. La nerviosa y culta cronista de Iztapalapa le cede el turno a una cronista que se quiere objetiva, pero cuyo corazón está del lado de aquellos que llevan "vidas difíciles", de aquellos que son "víctimas de una realidad inclemente". La cronista culta está en Iztapalapa y está en Tepito porque quiere situarse del lado de las víctimas, sin ser víctima ella, quiere estar del lado de los que padecen la opresión de un sistema corrupto.
Luego viene el "Viaje al centro de Calakmul". De la descripción urbana a la inmersión en la selva, de los incesantes vendedores ambulantes al mundo sin reposo de los insectos de la selva tropical. Lo lógico, en el orden del libro, hubiera sido continuar con la crónica de Morelos, como si fueras abriendo el radio de tu interés, y no así, que parece que saltas de un tema a otro, de las crónicas del duro mundo de la ciudad a la crónica de unos murales descubiertos en unas ruinas mayas devoradas por la selva y de ahí otra vez a la descripción de una realidad (sub)urbana. El viaje que relatas a Calakmul es conmovedor, es el viaje de una mujer liberada, es la crónica de una mujer que lucha por obtener lo que quiere, al mismo tiempo que se describen las pirámides, los murales y la selva. El personaje reaparece -la cronista culta- a la que un foso alrededor de un sitio arqueológico le recuerda "un cuadro de Remedios Varo". Pero ahora viene enriquecida por la experiencia. "La sensación de libertad es total: el placer, absoluto". Esa libertad, dice la cronista, "vale cualquier precio". Y esa sensación de libertad se la trasmites al lector con la descripción de los personajes del mural. Por unos minutos, los personajes se desprenden del estuco pintado y adquieren volumen y peso. Paradojicamente, mientras los mayas aparecen, las personas que están al lado de la cronista desaparecen. No hay descripción de ellos, ni de la cocinera que la acompaña en la camioneta, ni del grupo de arqueólogas ni de Ramón Carrasco. Los rostros del presente se desdibujan para que aparezcan los rostros del pasado. La descripción de la selva, y de su vida incesante y oculta, es magnífica. Ese tono que adopta la cronista mientras avanza en la jungla es su tono más logrado. Para ella la selva es más que selva, es cultura, traduce la realidad a sus parámetros, para entenderla: "la selva se desplaza inconteniblemente, convirtiéndose en un espectáculo de op art..." Y de repente, como en Iztapalapa la caída, el piquete de las hormigas. Y con ese piquete la cronista adquiere cuerpo. A la cronista le duelen las picaduras del mundo. Y lo dice. El mundo es incomodo y se va haciendo cada vez más feo. Se va corrompiendo. Empezando por el Tiempo, el Gran Corruptor. A ese mundo en continua debacle, de ininterrumpidas acechanzas, la cronista opone la descripción de un detalle, de un insecto, de un iguanodonte. El mundo puede ser precioso y fulgurante, aunque también puede ser terrible, como la noche cerrada en Calakmul, como la noche mortaja de la cronista, que hace que el lector la acompañe por el miedo y su angustia del entierro viva, lo hace testigo de su mayor miedo y su más absoluta fragilidad. La cronista expone, explica, traslada con suavidad lo investigado a sus lectores, con el recurso de la vulnerabilidad de su personaje, de la culta cronista en su aventura en la selva.
En "Lamento por Morelos", desde su título, la voz de la cronista tiene una nueva actitud. Sigue siendo la cronista libresca que se explica la indiferencia de los habitantes y autoridades de Morelos ante la devastación ecológica con una analogía con la Alemania nazi y su indiferencia ante los continuos bombardeos. Pero ahora ha ganado en indignación: "todo indica que es urgente sacrificar la felicidad (...) para combatir todo aquello que está destruyendo a Morelos... Y no sólo a Morelos". La cronista quiere entrar en combate. Y no sólo por lo que pasa en Morelos, nos dice, y uno presupone que le indigna también México. Tal vez el mundo. Reaparece su idealismo. Morelos debería ser un paraíso y no este basurero corrupto. La crónica es buena, brinda información suficiente a la par que registra con buen ojo (y olfato) el clima de degradación de un estado, por la indiferencia y la mentira. La cronista viajó, constató, vio basureros, bosques y ríos, y la realidad la indignó. Hay que combatir esto, dice. Porque no podemos quedarnos como en la Alemania nazi. Tenemos que hacer algo para detener el bombardeo de la realidad corrupta. Sí, pero ¿qué? ¿Organizarse? No lo propone la cronista. ¿Detenerlo cómo, combatirlo cómo? La indignación de la cronista se trasmite a sus lectores. No dejemos que la realidad nazi nos bombardeé. Pero cómo. La indignación, si no se canaliza, se diluye, y todo queda igual. Es lo malo de la denuncia exaltada.
La "Genealogía de la muralla" es una pieza estupenda, lástima de su brevedad. La visión que trasmite es la misma de Iztapalapa. La mancha corruptora se está desbordando, nos acecha, terminará por invadirnos. En este caso es la muralla, todo "anuncia su inminente y voraz avance". La vida contemporánea es "un naufragio en proceso". ¿Qué es lo que avanza, en resumidas cuentas? Lo que avanza es la muerte. Avanza la fealdad, la corrupción, la degradación. Avanza el tianguis y su podredumbre, avanza el culto a la Santa Muerte, avanza inexorable la selva por la ciudad maya, avanza la basura en los bosques y ríos de Morelos, y avanza sin freno la muralla hacia nosotros. La realidad, gran rata, va carcomiendo al mundo. La cronista se duele, se lamenta. Lo hace desde su idealismo. El mundo original, de los libros y los sueños, se ha resquebrajado. Queda éste, en proceso de degradación interminable. ¿Qué hacer? ¿Cómo combatir ese cáncer? Contando. Registrando. Haciendo la crónica de la que se ve. Dejando de lado los libros y bajando a la calle, al barrio, a la selva. Combatiendo desde la palabra a la realidad, que avanza como hiedra, atrincherándose detrás de la palabra contra el tiempo. Por eso el registro literario de estas crónicas. La prosa cuidada de los textos corresponde con ese deseo de preservación. El lenguaje rescata, al darle realidad momentánea, a la realidad. La palabra absuelve al mundo. Porque la palabra (las palabras, la literatura, los libros) es nuestra última defensa. De esto está hecho el idealismo de su autora. Por eso la indignación de su protagonista, del personaje de estas crónicas, una tal Laura Emilia Pacheco, que va de Campeche a Tijuana, haciendo escala en Tepito. Y se cae, y le pican las hormigas, y la vigilan unos policías malencarados en Morelos. Pero ella sigue contando al mismo tiempo que nos va narrando su propia historia.
Al temblor del ´85 le dedicas dos crónicas. La primera "Jueves negro" y la segunda "Bitácora del fin del mundo". La primera abunda en información interesante. Qué pasó. Qué es un temblor. Cómo se mide. La imposible prevención. El surgimiento de la sociedad civil. La segunda es una crónica plena. Hay personajes, punto de vista, escenas muy fuertes. En términos del libro una crónica le estorba a la otra. Son dos registros de lo mismo. En lo personal prefiero la segunda. Es breve, es dramática, tiene escenas poderosas. Lo que una aporta en información la otra lo hace en emoción. "Jueves negro" está muy bien armada, muy bien investigada. No se concentra en relamerse las heridas del pasado sino que se preocupa por el futuro, por la posible prevención, por la alarma necesaria. La cronista, de nuevo, desaparece como personaje y en su lugar aparece un punto de vista, culto, preocupado, idealista: las cosas ya cambiaron, y si no lo han hecho tienen entonces que cambiar.
"El collar de Raquel" tal vez sea la mejor crónica del libro. Aquí, la cronista abandona su nicho cultural y va al encuentro de un semejante, Raquel, joven viuda de Las Hormigas, suburbio de San Cristobal de las Casas, Chiapas. La cronista cuenta la historia de una vida difícil, y al hacerlo ofrece una muy honesta radiografía de la mentalidad social de esa comunidad. Al registrar sus costumbres y los caracteres de los familiares de Raquel, se obtiene una radiografía muy exacta de las pasiones, miedos y modos de un grupo humano. Asimismo, es un conmovedor relato sobre una mujer. La cronista desciende de su pedestal libresco y se sienta en silencio junto al sujeto de su crónica, no dicen nada al principio, enhebran cuenta, arman collares, hasta que de pronto Raquel habla y cuenta su historia. Dos mujeres se hermanan. Destinos tan distintos parecen confluir. La voz de la cronista es una voz que habla en murmullos, con el respeto debido a otra vida humana, a otra suerte. Y ahí las veo a las dos, a la cronista y a Raquel, una junto a la otro, hablando en voz baja, "volvemos al tema del amor que las mujeres sentimos por los hombres".
Me encantó "Hágalo usted mismo", menos por las observaciones de una mexicana en los Estados Unidos y los problemas relacionados con una relación binacional, que por la afirmación de la primera persona. La cronista ya no siente necesidad de contar, de informar, de regristrar puntualmente, se trata de un ejercicio bastante personal. El idealismo de la cronista pronto sale a relucir. "Eso no minó mi fantasía de que estadounidenses y mexicanos somos hermanos, habitantes de una misma norteamérica..." Pero la realidad acude pronta a desmentirla. Los gringos ven con desdén a los mexicanos, los guatemaltecos odian a nuestros nacionales... Pero más allá de los desencuentros, lo interesante de esta crónica es el surgimiento, ya sin velos temáticos impuestos, de una personalidad, mejor dicho, de un personaje. Ese personaje es una mujer audaz, que no vacila al momento de ponerse las botas y sumergirse en un pantano caña de pescar al hombro, que no retrocede por el hecho de tener que salir de su país "para ser ¡libre, libre, libre!" La crónica avanza libre, graciosa, interesante. Pero ojo: lo interesante no son las costumbres de los gringos (como la del padre del novio, que recibe a las visitas completamente desnudo y con un incontenible tufo a marihuana) sino la aparición de esta mujer que nos cuenta que en las arenas de Chesapeake "mis tacones se hundieron tan irremediablemente como mi noviazgo". El retrato del novio gringo es implacable, la narración de su borrachera y su confesión de un entierro vikingo, patética. Al final de ese periplo americano, según cuenta la cronista, "decidí tomar las riendas de mi vida", "quemé todas mis naves y volví a empezar". Afortunadamente para mí.
Al mismo grupo pertecenen las "Observaciones desde el lago Ness". Al grupo del "despunte de la personalidad" de la cronista. De entrada puedo decir que cae bien, que es simpática, que es culta, que es audaz (se mete a nadar con tiburones, escala acantilados, no teme viajar con la suegra a Escocia), que se está buscando a si misma. Siempre resultan agradables los personajes que no fingen saberlo todo, que andan buscando. Aquí, la protagonista declara la "inténción de descubrir en otra parte lo que aquí me parecía inencontrable (...) me refiero a la felicidad". Yo no sabía que, además de ovnis y albinos mayas, también habás visto el monstruo del lago Ness. En el texto esa aparición mágica tiene un efecto encantador, que la hace concluir: "la felicidad nos pasa por enfrente, pero estamos tan ocupados en lamentarnos de nuestras carencias que no la vemos".
En "Leyendas de Oriente" se aclara el misterio. ¿De dónde viene la fuerza de esta autora? Su idealismo es un poco difuso. ¿Cuál es ese nucleo del que parece arrancada y al que tanto esfuerzo dedica para volver a acercarse a él? Al volver a repasar las páginas de ese libro leído en la infancia, la cronista encuentra un mechón de pelo. Lo guardó para recordar su ingreso a la literatura. Que no debe confundirse con la entrada a un mundo de fantasía, "sino al de los ideales que deben perseguirse y defenderse a toda costa". La literatura representa, así, ese mundo (libre y puro) al que la protagonista aspira regresar. Un mundo donde todo es posible, y no como el nuestro "en donde cada día nos conformamos con menos". A través de la literatura, por medio de la palabra, su autora (tu) absuelve al mundo.
Creo que fue un error incluir en el libro "Geografía de ausencias". Sin duda es magnífico ensayo, pero desentona genéricamente con las crónicas que lo preceden y las que le siguen. Aquí no se emplea la primera persona, se elige el nosotros impersonal, más propio del ensayo.
En cambio, me parece un gran acierto "Se nos fue el tren". Es una crónica perfecta de un estado de ánimo. Aunque parece que habla del pasado y que es un texto nostálgico, en realidad habla desde el presente (el presente del texto, se entiende): "¿Dónde quedó mi alegría?" Este texto debió culminar el libro, su cierre es perfecto. En cambio, cerrar con el texto de las entregas le das énfasis a la presencia de tu padre, y con eso se queda el lector. De haber colocado primero "Días de entrega" el lector se hubiera dado cuenta de la importancia, idílica, de esos días infantiles, para luego rematar con "Se nos fue el tren". El lector cerraría el libro con un suspiro. El libro, que comenzó en el infierno, hubiera terminado con una tierna invocación del paraíso. Fuera de esos detalles de arquitectura del libro, el texto me parece precioso. "Días de entrega" me gusta mucho, es un texto rememorativo, los días perdidos de la infancia. La imagen del trabajo de tu padre es muy lograda. Tu enorme admiración y cariño.
En suma, El último mundo es una magnífico libro de crónicas, que texto a texto va construyendo un personaje, va desarrollando una voz, que se indigna, se apasiona, que reconoce sus miedos, sus amores y desamores, sus búsquedas.